viernes, 17 de enero de 2014

Algo de historia

En 1879 nuestro país no tenía fronteras de ningún tipo con Chile. Por el sur compartíamos nuestra frontera con Bolivia. Fue a causa de la agresión chilena de ese año que las fronteras cambiaron con la anexión por parte de Chile del territorio boliviano de Antofagasta y de nuestra provincia de Tarapacá, donde está la histórica ciudad de Arica. Esta guerra de conquista en pleno siglo XIX obedeció al designio geopolítico planificado por el chileno Diego Portales, ya que la que fue capitanía, era solo una pequeña franja de territorio sin casi ningún recurso natural que explotar. Pero en nuestro territorio y el de Bolivia de ese siglo existían grandes minas de salitre, que eran explotadas por capitales británicos. Estas empresas salitreras contrataban personal chileno para que se ocupara de las labores de supervisión en todo este proceso extractivo. La mano de obra de estas salitreras estaba constituida en su inmensa mayoría por obreros peruanos y bolivianos. Sin embargo hay que puntualizar que esta zona de frontera estaba casi abandonada por la elite gobernante peruana, que mas se preocupaba por sus quehaceres centralistas en Lima y por acumular riqueza sin hacer mucho esfuerzo. No existía una verdadera política de fronteras para afianzar la presencia del estado peruano. Solo existía en Iquique y Tarapacá, algunos buenos peruanos, que hacían negocios de abastecimiento a las minas de salitre. Uno de estos prósperos comerciantes fue el Coronel Alfonso Ugarte, que dando muestras de su patriotismo, una vez que se declaro la guerra con Chile, embarco a su familia a Europa y se quedo no solo para defender nuestro suelo sino que con su fortuna creó un regimiento de soldados para apoyar la defensa de nuestra patria. Pero el patriotismo de Ugarte y de otros héroes no fue suficiente para frenar la rapiña chilena, porque faltaba una visión de país en nuestra clase gobernante. Este panorama, fue propicio para que los ambiciosos chilenos, ejecutaran un plan de agresión contra nuestro país, con el fin de apoderarse mediante una guerra de rapiña de nuestros territorios y también de paso de la provincia boliviana de Antofagasta. Todo este plan geopolítico chileno busco un simple pretexto para iniciar una guerra, que descubrió nuestras graves falencias referidas al aprovisionamiento de nuestro ejército y marina. Al contrario de Chile, que tenía una serie de divisiones llamadas líneas, bien organizadas y pertrechadas, nuestro ejército estaba mal entrenado y sin el armamento adecuado para sostener una confrontación bélica con éxito. Todo nuestro armamento era obsoleto y consistía en cañones Comblain, fusiles Chassepot de origen francés y escopetas. No había suficiente munición para todos los soldados peruanos que entraban en combate. En cambio los chilenos tenían un ejército armado con fusiles y cañones Krupp, que eran en ese tiempo lo mejor en calidad de armamento y suficientes municiones. En el mar los chilenos tenían una verdadera armada con más de 12 barcos de guerra incluidos blindados modernos. Nuestra marina solo contaba con el mítico monitor Huáscar, la corbeta Unión y dos barcos de menor calibre y sin mayor blindaje, como para resistir las embestidas de los acorazados chilenos. Es decir los chilenos se prepararon con mucha antelación para anexar Antofagasta y Tarapacá. Además tenían una gran red de espionaje con la que infiltraron las altas esferas del poder político y militar del Perú. Esta red de soplones, tenía entre sus filas a bellas mujeres chilenas que “conquistaban” con sus encantos a muchos generales peruanos siendo el caso más sonado el romance de una chilena con el General Juan Buendía, jefe del ejercito sur peruano. Esta intimidad permitió a los chilenos conocer los desplazamientos de nuestras tropas en el sur. Otra debilidad de nuestra defensa era las peleas intestinas entre muchos jefes militares y el poder político. Por ejemplo Nicolás de Piérola, no apoyo eficientemente a Lizardo Montero, que era jefe de la plaza de Arica, antes de Bolognesi, por el simple hecho de no ser pierolista. Al contrario impidió el abastecimiento de esta plaza y provoco una serie de actos de indisciplina a cargo del coronel Segundo Leiva, adicto a Piérola, que se negó a movilizar hombres y armas hacia Tacna y Arica, que estaban acantonados en Arequipa. Todos estos actos de venganza política, repercutían en la moral de los soldados peruanos y en sus desplazamientos. Estos hechos históricos demuestran que el Perú perdió la guerra por su falta de previsión, mala organización, egoísmo e indisciplina. Como herencia de esta guerra ahora estamos litigando con Chile por una delimitación marítima de un mar que siempre debió ser peruano. Por Manuel J. Villanueva Consultor Internacional Blog: www.majevic.blogspot.com

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